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​Carta a quien se ha pasado la vida intentando no fallarle a nadie ...

Y un día se dio cuenta de que se estaba fallando a sí mismo.

bln carta
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Muchas personas están cansadas. Agotadas de ser fuertes, de agradar, de sostener todo sin incomodar. De ser lo que se espera. De estar bien para no preocupar a nadie.

Esta carta es para quienes han vivido cumpliendo con todos… menos consigo mismos.

No es un reproche. Es una pausa. Una invitación. Un recordatorio de que también tú mereces ser parte de tu propia vida.

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Has sido muchas cosas para los demás.
El que no dice que no.
La que siempre está.
El hijo ejemplar.
La pareja comprensiva.
La amiga fuerte.
El profesional impecable.

Te volviste experto en adaptarte, en sostener, en no incomodar.
Aprendiste a leer lo que los otros necesitaban de ti…
y a darte a ti mismo solo cuando sobraba algo.

Pero tú ya lo sabes.
Hay un cansancio que no se quita durmiendo.
Hay una tristeza muda detrás de tanta sonrisa.
Una voz que te pregunta, bajito:
¿y tú, cuándo?

Jean-Paul Sartre decía que el ser humano está “condenado a ser libre”.
Y esa condena no suena tan terrible… hasta que entiendes lo que implica:
Que no puedes dejar de elegir.
Que incluso cuando cedes, cuando callas, cuando postergas… estás eligiendo.
Estás escribiendo tu historia con tinta ajena.

La libertad, para Sartre, no es una bandera liviana.
Es una responsabilidad que no puedes delegar.
Incluso si decides quedarte donde estás… eso también es una decisión.

Has vivido desde el deber ser.
Desde la mirada del otro.
Desde el miedo a decepcionar.

Y sí, lo has hecho con amor.
Lo sé.
Lo hiciste para no lastimar.
Para ser aceptado.
Para sentirte suficiente.
Para que no se vayan.

Pero… ¿y tú?
¿Dónde quedaste tú en todo eso?

Ese es el punto donde, según Sartre, caemos en lo que él llama mala fe:
vivir como si no fuéramos libres, como si fuéramos solo un rol que cumplir.
Convertirnos en personaje para no asumir el vértigo de elegir.

Simone de Beauvoir escribió que la libertad no es un privilegio individual,
sino un acto compartido:
“No puedo realizarme si al hacerlo anulo la libertad del otro…
pero tampoco puedo llamar amor a lo que me exige anularme a mí.”

Y es que no se trata de dejar de cuidar.
Se trata de empezar a incluirte.
Porque si tu bienestar siempre es lo último, no es generosidad: es abandono disfrazado.

Beauvoir fue clara:
El amor, si exige sacrificio de identidad, no es amor… es sometimiento.
Y la ética existencial, según ella, empieza cuando mi libertad se afirma sin destruir la del otro,
pero tampoco desapareciendo ante ella.

Tal vez por primera vez te estás cuestionando:
¿Quién serías si dejaras de ser lo que todos esperan?

Y sí, duele.
Da miedo.
Mover las piezas siempre incomoda a alguien.

Pero sostener una versión de ti que ya no eres, también duele.
Solo que en silencio.
Solo que sin escándalo.
Solo que con un “estoy bien” que cada vez cuesta más pronunciar.

Sartre decía que el infierno son los otros,
no porque el otro sea malo,
sino porque vivir solo bajo su mirada nos convierte en objetos que se deben a una expectativa.
Y ahí dejamos de ser.

No estás siendo egoísta por ponerte en la ecuación.
No eres mala persona por necesitar decir no.
No estás rompiendo con el amor:
estás intentando que también te incluya.

Y si alguien se aleja por verte auténtico,
es que tal vez solo estaba cerca de la versión que aprendiste a mostrar.

No tienes que cambiar todo hoy.
Solo necesitas dejar de traicionarte con cada decisión pequeña.
Con cada sí que querías que fuera no.
Con cada sonrisa que se tragó una tristeza.
Con cada rol que repites por miedo, no por verdad.

Esto no es una acusación.
Es una puerta.
Para que un día te mires al espejo, sin públicos, sin máscaras, sin culpa…
y reconozcas a la persona que dejaste esperando.

Quizás hoy solo puedas dar un paso.
Pero uno que nazca de ti.
No del miedo.
No del deber.
No del “¿y si se enojan?”
Solo de ti.

Porque sí:
Has pasado años intentando no fallarle a nadie.
Pero tu vida no debería ser el precio de esa lealtad.
También mereces elegirte a ti.

¿Y esto… para qué me sirve?

Tal vez te lo estás preguntando.

Y está bien. Esta carta no pretende darte respuestas rápidas, ni fórmulas para cambiar tu vida.

 

Pero sí quiere hacer algo muy específico: Ponerle nombre a eso que llevas tiempo sintiendo y no sabías cómo explicar.

Porque a veces no es tristeza, es autoabandono.

A veces no es ansiedad, es el peso de sostener una imagen.

A veces no es que no sepas qué hacer… es que temes decepcionar.

 

Y cuando lo nombramos, dejamos de estar solos con eso.

 

Este texto puede ser:

  • El inicio de una decisión.

  • El permiso para poner un límite.

  • La fuerza para dejar de pedir perdón por elegirte.

  • O simplemente el primer paso para reconocer que también tú importas.

 

No es una respuesta.

Es una grieta en el muro.

Y si algo de esto resonó contigo, ya no estás en el mismo lugar que antes.

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Esta publicación no sustituye el acompañamiento terapéutico ni representa una postura clínica, sino una reflexión personal sobre el duelo y la resignificación emocional desde un sentido filosófico. La complejidad del ser humano es tan amplia, que no existe una única forma de procesar lo vivido. Lo que puede resonar en mí, puede no ser útil para todos. Si necesitas de acompañamiento, no dudes acudir con un profesional, 

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© Jesús [Maciel Z], 2024–2025. Todos los derechos reservados. Este artículo y todos los de la sección están protegidos por la Ley Federal del Derecho de Autor. Queda prohibida su reproducción total o parcial, distribución, traducción, modificación o cualquier otro uso sin autorización expresa y por escrito del autor.

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